Centre de documentació històrica de La Garriga

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Entrevista a José Arévalo Garofano (2006)

Cognoms
Arévalo Garofano
Nom
José
Data de naixement
1927
Lloc de naixement
Algarinejo (Granada)
Temàtica
Soundcloud o Youtube

Principals temes tractats:
- L’analfabetisme en el seu poble natal.
- La misèria viscuda durant la guerra.
- L’arribada de les tropes nacionals a Algarinejo.
- Emigrar cap a la Garriga buscant un futur més pròsper.

José Arévalo Garofano va néixer a Algarinejo, a la província de Granada l’any 1927. Els seus pares eren d’allà i van tenir vuit fills. Els seus pares i la majoria dels seus germans, inclòs ell, es dedicaven a la vida del camp, tenien una finca i eren pagesos.
La seva dona també era d’Algarinejo. Han tingut 6 fills, 3 nens i 3 nenes. La dona sempre ha estat mestressa de casa i ell, un cop a la Garriga, va començar a treballar de policia a l’Ajuntament i va acabar essent “el cabo” de l’Ajuntament de la Garriga. Ha estat casat dues vegades i actualment és vidu, la primera dona va morir ara fa quinze anys, amb la que va tenir els sis fills. Té setze néts i sis besnéts.
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Mi nombre es José Arévalo Garofano, nacido en la provincia de Granada, aquí llevo ya (en la Garriga) cuarenta y siete años. Nací en 1927, ahora tengo setenta y nueve años. Nací en un pueblo de Granada.
Cuando allí le ponían a uno el pie en el pescuezo y no ganaba nada, y los críos y lo otro, pues yo me aventuré y me vine.
He estado veintidós años en el Ayuntamiento, ocho de cabo jefe y luego me jubilé, me jubilé a los cincuenta y cinco. Yo era el cabo en el Ayuntamiento de la Garriga.
Bueno, trabajo tuve enseguida porque donde nos fuimos de mestressa, el marido trabajaba en el Ayuntamiento y claro, al verme y conocerme y eso... Y hacía falta un guardia y me lo propuso y ya me vine y me he jubilado de guardia a los cincuenta y cinco años, mira aquí, así estoy.
Cuando llegamos fuimos a otro sitio, aquí llevo treinta y seis años (a la casa actual). Antes vivíamos un poco más allá, en el matadero, donde estaba el matadero.
Tengo tres hijas y tres hijos, seis. Mi mujer, no he querido que trabaje nunca y ahora lleva quince años difunta. ¡Vaya! Si tenía trabajo, la casa y seis críos, no he querido que trabaje fuera nunca, ya tenía trabajo aquí bastante y el piso éste es demasiado grande, tiene cuatro habitaciones todas de matrimonio, como ves el comedor así son las habitaciones.

Mis padres, allí en Granada, trabajaban en el campo. En el campo trabajábamos todos hasta que ya, allí, no se podía aguantar y me vine. Hermanos hemos sido ocho y ya quedamos seis. Bueno, mis hermanos se vinieron casi al tiempo que yo porque me los traje yo, a todos. Los padres se quedaron pero luego también vinieron aquí.
Yo de la República, eso no, no me acuerdo. Cuando llegué a la Garriga... pues mira, llevo aquí cuarenta y siete años, yo vine aquí, en la Garriga en el 61.

De la escuela sí que me acuerdo pero a la escuela fuimos muy poco, que yo he sido el cabo y he hecho de cabo y en la mili fui cabo primera y dándole un parte al capitán diario y yo no he tenido maestro.
Iba uno de esos que va por las casas de campo a dar cuatro lecciones pero aquello, ya ves tú. ¡Que va profesor!, un cualquiera, uno que se echó a eso, no tenía profesión ni nada, se echó por los cortijos, por allí, a enseñar a uno, ¡eh!
Cómo los críos... jugábamos a todas las tonterías y sobretodo a fútbol.

De la República, eso yo no me acuerdo de nada, de nada. De la guerra sí. ¿Qué como me enteré? Pues, cuando estalló la guerra ya me enteré por lo que decían las personas.
Nosotros hemos sido de derechas siempre, mis padres y yo lo soy, yo no me tapo de decirlo: ¡Soy de derechas! Cada uno puede pensar como le dé la gana. Yo, el comunismo no me ha gustado nunca, porque no. Que yo tenga un cerdo en casa y vengan y se lo lleven después de haberlo criado, mal asunto. Y si tengo un saco de judías y vienen y se lo llevan a cambio de esto: usted viene cada día al pueblo, a seis kilómetros, y le daremos un kilo y medio siendo las judías suyas y esas cosas. Usted tiene un cerdo y venir y llevárselo y ya está, eso no puede ser.

Vivíamos a seis kilómetros del pueblo, en la calle mayor. El pueblo se llamaba Algarinejo.
Todo normal, no había mucho conflicto. Sabíamos de las cosas por lo que decían los mayores porque no había radio ni había televisión ni había nada y tú ibas sintiendo lo que hablaban los mayores, lo que hablaba la gente del pueblo, eso.
Yo trabajaba con mis padres, en el campo. La convivencia entre vecinos, estupenda fuesen de derechas o de izquierdas. En mi casa había de izquierdas de la misma familia, bueno un tío mío era de izquierdas y nosotros éramos de derechas, pero que va, cada uno hacía lo suyo y ya está, no hubo problemas por eso.

Iglesia había y era mejor que la de aquí, bueno mejor en el sentido... más, yo que sé como explicarme, bien construida y bien conservada.
Y la gente iba mucho a la Iglesia, unos y otros y ¡hasta los hombres! Había uno que le decían Teodoro que vivía a seis kilómetros del pueblo y llevaba... de eso me acuerdo ya, de esto... y llevaba un collar, bueno, un rosario que le llegaba a las rodillas (riu). Y ese, seis kilómetros andaba y se iba a la Iglesia.
Allí todo el mundo iba a la Iglesia, ni hubo quema de santos de la Iglesia como en otras muchas pasó, que quemaron las iglesias. Allí no, allí todo normal.

No había profesor, eso también lo recuerdo. Era un hombre que llevaba el bocadillo en un capazo, para bien decir, que no era maestro pero sabía y él pasaba por el campo cada día, a los que nos tenía y nos daba cuatro lecciones. Maestro no hemos tenido nunca porque todos mis hermanos son analfabetos y mis hermanas también y yo aprendí casi solo, ya ves tú, para estar de cabo ahí, algo tuve que aprender (riu).
Y allí, en el ejército, yo serví en Barbastro, provincia de Huesca y allí estuve de cabo primero y dándole un parte diario al capitán de la Quinta del Río, así es que... he tenido que aprender a la fuerza. Si alguna cosa la ignoraba había allí un chaval que era abogado y era del mismo pueblo mío y le decía: Luis Miguel, ¿esto que? Esto así o asa y ya pues...

Bueno hambre... te voy a decir. Nosotros vivíamos en el campo y matábamos cinco o seis cerdos, teníamos garbanzos a toda pastilla, judías también, pero pan, estuvimos medio año sin probarlo. Mi madre guisaba una olla de garbanzos, grande, y el tocino nos lo comíamos... se cortaba un trozo de tocino y una cucharada de garbanzos, sin pan.
Había allí uno que... les costaba a mi padre, tres cuartos de kilo de pan, le costaba treinta pesetas, en aquel tiempo. ¡Uy! Ya ves tú, treinta pesetas, en aquel tiempo! Y claro estábamos ocho hijos y dos viejos, un trocillo de pan para cada uno, así. Pero algunos se quedaban sin comer, mal.

Estraperlo a toda pastilla. Mi padre era uno y un tío mío también. Traspelaban, por ejemplo, compraban trigo y lo llevaban a otro pueblo ganándose muy poca cosa. Tenían que irse de noche para que la guardia civil no los cogiese, anda que!! Madre mía.
No había nada, ni trabajo, ni nada. Una miseria, pero miseria, ¡eh!!.

Bombas en mi pueblo ni una, ni un tiro siquiera, no hubo nada, nada. Allí entraron los Nacionales como le decía, eran los rojos y los fascistas, eran dos partidos que se llamaban rojos y fascistas. Y los fascistas que eran los Nacionales entraron en el pueblo sin pegar un tiro.
Lo único que hacían era, la puerta que estaba cerrada con las culatas del fusil la echaban abajo, a ver lo que había dentro y eso. Y yo me acuerdo que mi padre nos sacó a todos a la puerta de la casa y ellos pasaron y a nosotros ni nos tocaron ni nos hicieron nada, porque veían que estábamos en la calle esperándolos.

Se fueron los de izquierdas y un tío mío que fue sargento en los rojos, pues pasó por mi casa y le dijo a mi padre: Vámonos José y dice: Yo no me muevo de aquí. Y dice mi tío: Pues a los tres días volveremos y todos los que no os hayáis venido os cortaremos la cabeza. Era un tío mío, casado con una hermana de mi madre, un tío postizo, que él fue sargento en los rojos.
Ahora ¡hay tantos partidos!, antes eran rojos o blancos y ya estaba.

Bueno, registros los rojos no, ni Comité ni nada, no les dió tiempo. Registros hicieron cuando entraron las fuerzas de Franco, de abrir la casa que estaba cerrada y eso, pero los que estábamos allí ni meterse con uno para nada.
Durante la guerra no mataron a ninguno, no. Ni bombas, ni refugios, ni una bomba tiraron en el pueblo ese, ni una, ni un tiro.

Familiares en el frente... bueno, el tío ese y ya está. Era un tío muy serio que está enterrado aquí, en el cementerio este.
Tampoco vino ningún refugiado. El ambiente normal. Para arriba fue peor (es refereix a Catalunya).

Yo hice la mili en Barbastro, provincia de Huesca cuando todavía vivíamos en Granada. Yo tenía 22 años y un hijo con cinco y mira, cogían los reemplazos así y me tocó a mí con 22 años.
Pues yo mi faena era, arremangado hasta aquí... no hacía instrucción, no tenía fusil a cargo, tenía una buena cama y era practicante, ponía las inyecciones, todas, en venas, en lo otro, hasta a un crío de catorce días le saqué sangre al padre y se la puse al crío, cada día, cada día.
Me hice una mili estupenda, no tenía nada a cargo mío, nada más el botiquín y había seis camas para los enfermos y estar a cargo de ellos y ya está, ésta era mi faena. Estuve dieciocho meses y estuve a punto... bueno de seguir en Barbastro no, estuve a punto de ir a Madrid. De ir a Madrid porque me llamaron por si quería seguir en la mili de practicante, que podía ingresar, pero volví a Granada pues tenía un hijo con cinco años y la mujer.

Ya me acuerdo, ya se terminó, ya –decían por la radio, que nosotros no teníamos pero algún vecino tenía radio y nos íbamos a escuchar el Parte Oficial, como lo decían, el Parte Oficial de Guerra.
El día que entraron los nacionales (el número) no me acuerdo, pero si me acuerdo como si los estuviera viendo ahora mismo. Nosotros vivíamos en la calle mayor y una hilera de soldados por una banda y la otra por la otra. El que estaba en su puerta nada, pero el que tenía la puerta cerrada, ¡pom!, ¡pom! y al suelo.

Estábamos contentos de que se acabase la guerra. Luego se pasó mal porque no había muchos víveres ni nada y aunque nosotros éramos gente de dinero, mis padres eran gente de dinero, sí, había judías, garbanzos, una matanza de seis cerdos, pero pan no había ninguno.
Nosotros teníamos tierra y aceite teníamos el que queríamos porque cogíamos hasta 60.000 kilos de olivas y luego garbanzos y judías y todo eso había en la casa, lo que no había era pan.

Nada hicieron los blancos, ni siquiera celebración. Yo me acuerdo que entraron y desde el pueblo se ve la carretera porque baja por unas montañas y se veían los camiones bajar por allí y esperando que llegaran al pueblo, pero ya te digo, bien, los que estábamos allí no se metieron con nosotros, para nada. Sólo las puertas cerradas que había las tiraban abajo para ver lo que había, como una guerra.

Yo estuve sirviendo, me destacaron a un pueblo porque había... le decían los maquis, había gente... como ahora la ETA y esas cosas. Me destacaron allí y yo pasé por dos o tres pueblos que no había ni una casa en pie. En la provincia de Huesca, de Teruel. Los pueblos enteros hechos polvo. Y las bombas se veían allí, de haber estallado ya, que se cogían a montones y el pueblo deshecho, todo. Eso en la provincia de Teruel.
Allí, en mi pueblo, ni una bomba, ni un tiro siquiera, ni nada de nada.
En la Garriga, he sentido que habían tirado una bomba o dos o lo que fuera, allí donde están los colegios, pues allí, que habían tirado, había caído una bomba o dos, es lo que yo sentí, pero en fin.

Cuando entraron los Nacionales siguió todo igual, normal, sí. El Ayuntamiento fue franquista, pero todo igual. Aquello estaba bien organizado, pero cada uno hacía lo que quería, no estábamos muy controlados, no. Y según que ya te guardabas de no hacerlo, por sí acaso.

Me vine yo aquí en el 61 y al año de estar yo aquí me traje toda la familia para acá. Y tuve suerte porque aquí vinimos con la maleta de madera, sin tener trabajo, sin saber dónde iba y yo, que tengo seis hijos, les he comprado a cada uno su piso y luego éste que lo compré para mí, que tiene cuatro habitaciones, todas de matrimonio y he criado seis hijos y mi mujer no ha trabajado, pero yo he ganado mucho, mucho dinero, fuera de la policía.
Alquilar pisos, vender casas, vender pisos. Una propina tuve que me sobraron 50.000 ptas. de comprar un piso, de una propina sola y me la dio la Sra. de Jiménez de Parga, en l’Ametlla vive, en una torre. Me pidió que le buscara una cocinera y un hombre y un hombre jubilado y yo los tenía en aquel momento, que me habían dicho ellos que a ver si me salía algo y los llevé, sí, sí. Más contentos todavía, allí han muerto los dos, el hombre y la mujer y a mí me dieron una propina de 50.000 ptas.

Al llegar, los principios, difícil no, porque gracias a Dios, no sé lo que teníamos que todos los vecinos ¡cómo teníamos tantos críos!, seis críos, nosotros ocho y venir sin nada, pues allí se presentaban ¡los catalanes!... ya cuando vivíamos en la calle Negociante y allí nos mandaban tres y cuatro botellas de leche, otros garbanzos, otros otra cosa, el otro aceite, me ayudaban muchísimo, ¡mucho! Y mira, salimos del paso bien (riu).
Cuando vine yo solo, al principio, fui a vivir al paseo de José Antonio, fue la primera, luego a la calle Negociante con la familia y de allí al matadero y del matadero a aquí.

Estuve en un sitio, en una carpintería y fue el alguacil, una vez allí, a que me viniera de guardia. Entonces yo le dije al alguacil que le dijera al alcalde que si me daba vivienda yo entraba de guardia, pero si no me daba vivienda no podía entrar porque no llegaba el sueldo para pagar un alquiler. Y otra vez lo mandó y le dije lo mismo, hasta que la que hizo tres veces, dice: cuente usted con vivienda. Y digo: cuente al alcalde que tiene policía.
Y estuve de policía, sólo, y ahora hay dieciocho y yo estuve sólo cinco años, mira allí (m’ensenya una foto de quan era policia, amb l’uniforme).
Tú porque no hablarás por ahí, pero tu, con todo el que hables... decían que cuando yo estaba era cuando iba el pueblo bien y que ahora hay dieciocho y va todo hecho un desastre y efectivamente es verdad.
Yo cogía la moto y lo corría todo, el que se merecía de darle un aviso se lo daba y el que se ponía tonto lo denunciaba y mira, llevaba el pueblo estupendamente, yo solo.
Sin embargo ahora hay dieciocho, los coches aparcados encima de la acera, ni detienen ni nada y no los ves. Yo corría la Garriga al menos catorce veces, con la moto ¡eh!. Cogíamos por la calle Noguera, me bajaba de ella, estaba allí un rato vigilando, me fumaba un cigarro, me subía y ¡pum!! a lo hondo del paseo y todo el día así y mira.

La posguerra, dura, sí, pero nosotros no pasamos hambre porque ya te digo, estábamos en una finca que teníamos de todo: aceite... lo único el pan, es lo que echábamos más de menos, pero de lo demás teníamos en abundancia de todo.
Tarjetas de racionamiento también e íbamos al pueblo. Vivíamos a seis kilómetros del pueblo y teníamos la cartilla en el pueblo, la de racionamiento, para azúcar, para el pan más negro que el culo de un cerdo, que yo no sé de lo que lo hacían y en fin. Teníamos una cartilla que estábamos todos.

Aquí había de castellanos tres o cuatro, ni extremeños ni de parte ninguna, nada más que tres o cuatro castellanos, cuando yo vine aquí y yo empecé y me traje a mis hermanos, mis hermanos se trajeron a los cuñados, los cuñados se trajeron a los otros y llenamos el pueblo todo de granadinos, claro.
Los que vinieron aquí de mi pueblo se quedaron y yo les buscaba el trabajo, que entonces había mucho trabajo, yo se lo buscaba, les buscaba el piso y ellos pues se traían a sus cuñados, los animaban, al conocido, al otro y se llenó esto... Del pueblo mío seremos aquí por lo menos más de 1000 personas, del pueblo nuestro. Y ahora teniendo los hijos, nietos y toda la pesca y eso.
Nos sentimos bien recibidos, sí.

Había un alcalde que era... el nombre no me acuerdo... del Hotel Victoria era, para mi buenísimo y para el pueblo también. Y luego entró... uno que murió también de joven, que le llamaban Suriguer. Las mujeres le gustaban mucho y se iba a la plazola, el alcalde mismo, y a nosotros nos decía: a tal hora estoy aquí, para traérmelo y así iba la cosa.

El catalán yo no... porque Suñol, el de la farmacia, puso un letrero, allí en la farmacia que para pedir los medicamentos había que pedirlos en catalán y claro, éramos de castellanos un montón que ya no entrábamos allí y tuvo que quitarlo y ya lo podías pedir en castellano o como fuese. Porque al poner un cartel ahí, los castellanos que estamos aquí, pues no sabremos el catalán.

En el Ayuntamiento hablábamos siempre el castellano, con el Alcalde, con el secretario, con los oficinistas, allí también el castellano. Pero entre los que eran catalanes hablaban el catalán y eso, pero así de normal el castellano, lo mismo el alcalde, que el secretario, que todos, todos hablaban en castellano y para documentos oficiales y partes y esas cosas, también.

Entonces no venían inmigrantes, ninguno. Aquí conocí yo a tres moros que son igual a los españoles. Como los tres moros esos hay muy pocos, mejor que un español.
Ya ves tú, uno de ellos, le busqué yo piso y al otro también, pues cada uno tiene su piso en propiedad y tiene un hijo de médico y otra hija que no sé si es maestra, de la hija no me acuerdo, pero tienen los dos hijos carreras.
Ya te digo, yo aquí me he portado muy bien con dos moros, porque ya los conocía, y ellos conmigo bien, nunca ha habido un follón con ellos, ¡nunca! A su casa, a su trabajo y a donde quiera que estén los han querido, no como ahora que hay una gentuza que... ¡buff!!

Sí que hubo denuncias, sí. Yo me acuerdo en mi pueblo, de sentirlo de los mayores, porque ¡yo qué sabía!, pero decían fulano ha dicho que a aquel lo matan en la cárcel, que a aquel lo liquiden... pues once años yo tenía.
Venían y les picaban en su casa y los sacaban y ya estaba.
En la Garriga ya no lo sé que pasó.

La escuela. Mis hijos todos han ido a la escuela ésta, todos están bien aprendidos, lo mismo hablan el castellano que el catalán. Iban a la escuela de aquí arriba.
La iglesia ya la vi tal y como está ahora, no sé como quedó si la quemaron, eso ya no lo vi, aquí en la Garriga.
Actividades clandestinas no, no lo sé. Uno que otro que fuera de izquierdas... pero confrontación no ha habido.

Yo te voy a decir la verdad. Muchos, a Franco no lo querían y a nosotros con él nos fue bien, porque no se metió con nosotros para nada, pues ¡qué vas a decir! Claro al que le quitaban un hijo, le quitaban la mujer, claro, pero yo y en mi casa, mis padres y todo, no podemos decir nada de esto.
Yo tengo una foto de Franco como esto de grande (assenyala un foli). Lo que no sé ni dónde la tengo, por ahí andará, donde sea y ahora no atino con ella.

Muerte de Franco. Sí, por la tele lo vi, sí. Cada día daban el parte, como la Rocío Jurado, cada día, hasta que llegó su final.
Y cuando nos poníamos a hablar, la gente: Pues que mande el que quiera, para mí ya está bien el que mande. Yo eso lo he dicho siempre, ni que tú digas que mande éste ni el otro, van a mandar los que quieran y lo van a hacer como les dé la gana no como tú quieras y ya está. Mandan, que manden como quieran y así lo pasaremos.
Unos que se reían... y los que se reían, conozco yo algunos que dicen: ¡Ojalá viviera Franco! Ahora han cambiado la tortilla porque ven el desastre que hay por todo, de inmigrantes, de robos, de matar a uno, de matar al otro y es que ¡estamos en un lío muy gordo, eh!!
Antes el que la hacía la pagaba y ya está. Ahora te atan, te meten en la cárcel y cuando acuerdan pagan una fianza y los ves por la calle otra vez y así vamos.

Yo he ido siempre, sí. Hubo mucha gente que fue a votar y luego, los años que yo estuve de guardia, pues estábamos en los colegios y se veía la gente que... y ahora, después de jubilarme pues, la misma gente, bueno la misma no, mucha más, porque ahora somos más. Pero aquellas primeras elecciones hubo mucha gente, creo yo, vamos.

En cuanto al rey, que hagan lo que quieran. Luego el Tejero, yo no... a mí me daba igual, como no para decir tenía que haber ganado, ni tenía que haber perdido, porque nunca sabes quién va a mandar mejor. Yo he dicho siempre: ¡Que mande el que quiera! Ni soy de un partido, ni soy de otro, con el que mande estoy bien.
Lo único que no he sido nunca es de los rojos, ese partido a mí... allí le decían los rojos pero son los comunistas. A mi no me ha gustado ese partido en mi vida porque he visto cosas en ellos, yo de pequeño, que no me han gustado nada, eh!! Ya te digo, tener uno medio año criando un cerdo y al llegar los comunistas, con un camión y cargarlo y llevárselo, pero ¡hombre!, decían: Tú vas cada día al economato y te daremos un trozo, yo con esas cosas, los comunistas no... no los quiero vaya, ¡porque no!

Cuándo llegué a la Garriga ¡iba al cine!, con un carretón a la montaña, a traerme leña, esto el domingo que tan solo hacía fiesta ese día, que yo trabajaba hasta el Jueves Santo. Y tenía un carretón y me trasponía la montaña, bien lejos, a cargarlo de leña, para tener para toda la semana, calentada la casa. No había calefacción, no había estufa, ¡leña! Y ese era mi día de descanso. Al cine nada.
Luego ya, que estuve de guardia y eso, pues la verdad, ya iba mi mujer y algunos de mis hijos y no les cobraban nada, las cosas las digo como son, ya los conocían y pasaban gratis pero yo por desgracia, no podía ir. Estaba yo solo de guardia y meterme en el cine y todo, no lo podía hacer.

Yo me acuerdo, cuando estábamos en el pueblo que decían: ¡que vienen los rojos! allí, entre los vecinos, en la calle, sin saber por donde venían, ni por donde iban. Yo sé que mi madre empezó a levantar muchachos, que éramos ocho y a trincar la carretera sin saber donde íbamos ni por donde venían los rojos, y luego ¡todo mentira!, daban el aviso, pero... (riu).
Claro, entraron por el sur y luego los rojos querían recuperar el territorio pero tuvieron que irse, en fin. En Andalucía no pasó tanto, ¡qué va!, allí no se tiró ni una bomba siquiera, ni una. Allí todas las casas en pie, derechas, ni bombas, ni tiros, ni nada de nada.
Allí entraron, como decían, las fuerzas de Franco. Un camión y otro y otro y los soldados y allí ni tiros, ni había resistencia, ni había... nada más que tomaron el pueblo y ya está.

Allí a misa se iba siempre, iban mucho a misa, lo mismo hombres como mujeres, de izquierdas o de derechas, hasta los que eran del campo, que vivían fuera del pueblo, en bestias iban, en mulos, como se dice ahí, así iban al pueblo. Ahora ya no ves un mulo por ahí, ni nada.
Ahora todos los del campo tienen coches (riu). La carretera que teníamos allí, una carretera comarcal pero de aquellas de piedra. Ahora vas allí y una carretera ancha, asfaltada toda y puedes ir por donde quieras y antes no.
Cuando yo me vine a la Garriga me parece que ya estaba todo mucho más suavizado, el ambiente normal, bien.

Yo, lo único, esto ya igual no pega con... pero yo lo único que tuve fue una discusión, siendo yo cabo, con una mujer. Estoy en la oficina y me entra la señora, que era de aquí y es y dice: vengo a que me ponga usted una denuncia, que me ha mandado mi abogado. ¡Cuándo me dijo aquello!, digo: ¿Qué denuncia voy a poner? Dice: Pues que mi marido es un borracho y que me pega palizas. Digo: pues le dice usted a su abogado que aquí mando yo y yo no le hago nada ¡porque no me da la gana!. Usted mandará en su sitio pero aquí mando yo y su abogado no es quién para que venga a decirme a mí que le haga yo un escrito como que su marido es un borracho y que le pega, se lo dice usted a su abogado. Ya no volvió más en busca mía.
Qué necesidad tengo yo... Lo primero es que yo no vi que le pegara nunca. Si acaso hubo alguna paliza fue de ella a él, al revés, claro. Y la eché a la calle y se acabó, lo más gordo....

Bueno no, lo más gordo no, lo más gordo fue que un día le pegué un tiro a uno de fuera. Bajábamos en el coche patrulla yo y el cabo, que luego cuando él se fue entré yo de cabo, bueno se fue, lo echaron. Y bajábamos por la carretera de l’Ametlla, ¿sabes cuál es? la de los árboles, pues bajábamos por allí, para abajo y resulta de que ¡había una escandalera! Había cinco tíos y la gente, eran las tres y media de la mañana y la gente de los pisos, en los balcones: ¡canallas, sinvergüenzas! Bueno, ¡una escandalera!.
Pero yo sabía lo que iba a pasar y el cabo era muy decidido y dice, llevaba yo la furgoneta y dice: ¡Pare usted aquí! Digo: cabo, vámonos de aquí que nos la vamos a buscar, ¡eh!, nos la vamos a buscar con los cinco tíos éstos. ¡Pare usted!, me dice. Y me dice que pare, él era el jefe... y paro. Y se va para ellos y claro, cuando vamos la pareja uno se queda... no se meten los dos allí, uno se queda en la retaguardia y yo me quedé como a unos veinte metros de donde estaban ellos y el se metió en medio.
Se liaron con él y el cabo me decía: ¡dispare usted!, ¡dispare usted! Y tiré tres tiros al aire, ni caso. Y él decía: ¡dispare usted! Y yo: Mecaguen diez, a lo mejor disparo y te pego el tiro aquí y te mato a ti y ellos quedan libres, una pelota allí, que sabes, que tampoco quería yo... pero viendo que se lo cargaban disparé y le di a uno en el tobillo, que aquella fue la suerte y era un tío muy grandísimo y hizo así y cayó ¡bam!! Y dice: ¡ay, que me han matado! (riu). Se le ocurrió decir eso, que el que pasó el susto aquí fui yo, al decir que le habían matado.
Entonces ya se dieron la fuga los otros, pero al cabo lo hicieron polvo, le pincharon catorce veces con un destornillador. Bueno, la gorra se la pisaron, lo veías hecho un desastre y si no llega a ser por aquello se lo cargan.

Y entonces empezó mi mujer y mis hijos, todos, a decirme: retírese usted, retírese usted y dale y dale, hasta que fui al médico del Ayuntamiento, ¿tú conoces a Pascual, el médico? Pues fui al doctor Pascual que era el médico del Ayuntamiento y dice: Arévalo, como llevo veinte años yo en el Ayuntamiento de médico y no has venido nunca?
Claro, y yo iba a otro médico que no me costaba nada y las recetas me las pasaba el Ayuntamiento igual y me acostumbré a ir a aquel, que si iba uno de mi familia no le cobraba nada y si iba un hijo mío tampoco. Y digo, pues mire: porque no me he puesto enfermo y ahora sí estoy. Dice: pues ahora no vas más a trabajar así, digo: ¿y eso? y dice: ¡que no vas más!, dice: yo ahora voy a apañar los papeles para que... Aquellos papeles me hizo llevarlos a Granollers, a otro médico. Y con el otro médico no sé como cogimos la amistad que ya sabía yo dónde él estaba y me iba a allí. Nos tomábamos un par de vasillos de vino o lo que sea y yo lo pagaba y ya está.

Me acuerdo, de esto sí que me acuerdo, de lo que más, ¡qué se pasó hambre!, Sí. Y de ropa tenía mi madre que lavar la camisa de noche y secarla al fuego para el día siguiente podértela poner, eso sí me acuerdo. Nada, allí no teníamos nada. Allí antes, de comer había de todo, pero luego vinieron y nada y así, así hemos pasado.